El reflejo de lo invisible

Susana Pardo

EL  REFLEJO  DE  LO  INVISIBLE

El arte visual utiliza su paradoja afirmando que ver es dejar de creer en lo que parece que vemos.

 

La sala 0 del Instituto Aragonés de Arte y Cultura contemporáneos Pablo Serrano acoge la exposición colectiva “El reflejo de lo invisible”, donde se propone el diálogo entre dos mundos que aparentemente se dan la espalda y plantea el dilema que supone enfrentarse desde la percepción sensible, es decir, desde lo que el ojo observa, a lo que le es ajeno, le está vetado, es un misterio o un imposible.

Nunca dejamos de ver; incluso cuando parpadeamos nuestro cerebro sigue procesando impulsos visuales. Mirar es conectar activamente con todo lo que nos rodea ya que implica pensar, conocer e interpretar la información percibida, pero también imaginar, sentir, inventar, suponer y crear. La experiencia de contemplar, además de proporcionar un disfrute estético, es un instrumento de vida y como tal parece imprescindible perfeccionar y desarrollar los modos de uso de la mirada.

En nuestro contexto sociocultural se le concede tanto poder al sentido de la vista que aquello que no podemos ver no tiene apenas relevancia, incluso llegamos a negar su existencia. Con esta exposición las artistas aspiran a ir más allá de las limitaciones del ojo y ampliar los significados de lo visible e invisible aportando tres miradas dispares y subjetivas que logren unir lo perceptible con el pensamiento, la imaginación, la intuición, la investigación, la especulación y la libertad como pilares básicos de la práctica artística, extensible a nuestro hacer habitual.

En sus obras, las artistas Silvia Castell, Rosa Gimeno y Asun Valet, plasman distintos aspectos y realidades que no forman parte del campo de visión cotidiano y, sin embargo, están ahí. Gracias a poner el foco en lo que pasa desapercibido, lo marginal y lo censurado persisten en representar lo intuido y reflexionar sobre lo invisible y lo invisibilizado.

El espectador encontrará tres espacios diferenciados, como si se tratara de tres exposiciones distintas, para reforzar uno de los aspectos que se abordan en el ensayo: la singularidad de la experiencia estética; ya sea desde la posición del espectador como desde el lado de los creadores, percibir, comprender el mundo que nos rodea y ampliar sus límites son acciones personalizadas y únicas que nos conforman como individuos y nos otorgan una identidad exclusiva que irá transformándose con nosotros en el transcurso de la vida. Es por ello que cada una de las artistas se acerca a la reflexión de lo visible e invisible desde lo íntimo y particular dando como resultado propuestas diversas que al conectarlas crean una red compleja que viene a ampliar el estado de conciencia humana.

ASUN VALET

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El recorrido comienza con las series “A través de la piel” y “Entrever” de Asun Valet, títulos que parecen anticipar la dificultad de percibir y el empeño que ha de poner el espectador para captar lo que se nos presenta a los ojos. Sin embargo, en ambas series la artista sugiere la posibilidad tanto como la dificultad de verlo todo en sus piezas, tal como ocurre en la vida misma.

Observar las obras de Asun Valet es adentrarse en la propia experiencia estética; es como leer un libro sin texto o aceptar lo extrasensorial. Cada una de sus piezas es la prueba del encuentro armónico entre lo aparente y lo oculto. Para representar esta ambigüedad, Valet hace uso de la superposición y la veladura. Cada obra de “A través de la piel” se compone de dos pliegos de gran formato de papel washi, o papel tradicional japonés hecho a mano, colocados uno delante del otro, cubriéndose en su totalidad, aunque la semitransparencia del liviano papel permite vislumbrar los contornos de la segunda capa.

Mientras la epidermis de esta piel, visible a simple vista, está recorrida por gestos vibrantes y contundentes pinceladas orgánicas a base de agua y pigmentos de hierro, la dermis del segundo plano emerge velada, solo accesible a una mirada atenta, dejándose adivinar las formas circulares o cuadrangulares realizadas con finísimos trazos de tinta que se entrecruzan o enredan aportando textura y color.

En la serie “Entrever”, la superposición se realiza por medio de varios círculos de papel gampi, entre los cuales quedan atrapados diferentes clases de compases, cuyos perfiles se traslucen difusos bajo la sutilidad del papel y la pintura de hierro licuada, que se adhieren a sus contornos.

En ambas series se establece un diálogo entre diferentes ámbitos de la percepción. La dualidad es tensionada hasta una convivencia no competitiva que transforma los opuestos en complementarios: ver y sentir, azar y racionalidad, pesadez y ligereza, oscuridad y transparencia, movimiento y calma, organicidad y geometría, control y expresión, consciente e inconsciente, visible e invisible…, dejan de colisionar para ser instantes de la existencia que se relacionan en un plano consciente.

SILVIA CASTELL

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En el segundo espacio encontramos la propuesta de Silvia Castell cuyas piezas tienen títulos como Oscuro, Indefinido, Fosco, Infinitud, Difuso, Impreciso o Verde, Gris, Libro…, donde parece implícita una incapacidad de ver o la opción de mirar solo la superficie obvia de lo real. Sin embargo, todas estas piezas forman parte de la serie denominada “El envés de las cosas” donde la artista parte de la premisa inicial del empeño por mirar, de asomarse al otro lado del mundo, de atreverse a observar y darle la vuelta a objetos e individuos, trepar muros si hace falta para llegar a otear detrás de las evidencias y los obstáculos; en definitiva, traspasar los límites de la percepción.

Al ir adentrándose en la representación de lo invisible, descubre el modo fragmentario en que el mundo se nos presenta y cómo el sesgo viene dado por la forma de mirar y la facultad de imaginar, de modo que se reconstruyen otras imágenes a medio camino entre realidad y ficción.

Sus pinturas se estructuran en dos planos donde interaccionan abstracciones de mundos simplificados. El escenario del fondo, oculto parcialmente, se despliega articulándose a partir de la corporeidad que ofrece el horizonte que, a pesar de su no existencia, es un elemento visible y aquí se representa de manera difuminada delimitando lo que parecen territorios de arena, mar o cielo. Este paisaje en calma se ve cortado, en la mayoría de las piezas, por una suerte de formas rectangulares o trapezoidales donde se encajan entornos variados. Estas geometrías, únicas o agrupadas, se manifiestan como ventanas que invitan a asomarse ante la promesa de que al otro lado de esas realidades múltiples estuviera lo auténticamente libre, solo hay que traspasar el límite del marco o rasgar el velo que nubla la mirada para acceder a un conocimiento que de otra manera hubiera pasado desapercibido.

La evolución del propio trabajo procura una segunda acción incorporando objetos tridimensionales a las piezas, de modo que el visitante se encuentre en un espacio más cercano y reconocible: una manta perfectamente doblada, una escalera, un fragmento de madera pintada o un caballete donde se apoya un vinilo. Son cosas sencillas que acompañan a las pinturas, convirtiéndose en el propio lienzo expandido. Podrían considerarse elementos de tránsito u obstáculos que se interponen para impedir la correcta visión de los cuadros; sin embargo, están ahí como prolongaciones de la propia pintura para reclamar el libre uso del espacio y apoyar otras formas de percepción y relación con el observador. El esfuerzo de procurarles su sitio no parece baldío, aunque eso conlleve la rotura del simulacro de armonía en los cuadros; la importancia de resquebrajar las realidades unívocas no es solo desenmascarar una falsa universalidad sino abrirse a la intromisión y favorecer la inclusión de la alteridad.

ROSA GIMENO

La tercera sala acoge las proyecciones de los videoarte y la videoinstalación que da nombre a la serie “Mujer invisible” de Rosa Gimeno. Pensar en los conceptos de visible e invisible traslada a la artista al conflictivo territorio de la censura y la invisibilidad interesada. Su propuesta audiovisual articula principios del arte y pensamiento feminista que ponen el foco en el cuerpo de la mujer y su rol social y cultural dentro y fuera de nuestras fronteras; sus obras desprenden la convicción de cómo el arte que muestra la vida la posibilita, además de corregir una injusticia.

Su pieza principal, la videoinstalación Mujer invisible con instalación: Mesa – Puente, es la manifestación de la conexión entre espacios de libertad, modulándose en una doble proyección enfrentada con la escultura Mesa – Puente posicionada como intermediaria entre las imágenes y los elementos que acoge bajo ella: fotografías y objetos rescatados del olvido o el abandono, ocultos bajo estratos de indiferencia. Las imágenes del videoarte, Mujer invisible, muestran la espalda desnuda, no idealizada, de una mujer emergiendo de la oscuridad; sobreimpresas van apareciendo y desapareciendo las palabras invisible, ocultada, erosionada, contaminada, líquida…, una referencia simbólica de la construcción de la identidad sujeta al deseo y la realización ajena.

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El videoarte Atrapada en la tela de araña ahonda en las ataduras y estereotipos que no dejan crecer ni buscar una mirada propia sin la mediación interesada del otro; mientras que la pieza Soliloquio representa a la mujer invisible que, lejos de desaparecer en el torbellino social, se apropia del monólogo de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca, para reivindicar su derecho a una vida digna.

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En los videoarte Me llamo Diana y Soy Manizha se rescata del anonimato a mujeres de otras etnias y culturas. Diana es una superviviente del maltrato de su pareja y cuenta someramente su dura vida frente a una pared en la que se proyectan las sombras de gente yendo y viniendo, tan ciegas y sordas como el propio muro. Manizha es una refugiada afgana que huye del abandono y la explotación de todo un sistema político que no entiende que anular y destruir a la mitad de su población es una sentencia de muerte social. La concepción de este video está sujeto a un entramado simbólico que incluye un pequeño homenaje al cuadro de Velázquez titulado Cristo en casa de Marta y María.

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Cuando la política y la ideología se pierden en falsos consensos de igualdad el arte toma el relevo y se enfrenta al reto de representar lo irrepresentable, aquello que es tan difícil de mostrar como es el dolor, la violencia o la injusticia. La artista recurre a la composición, la amalgama y la superposición en una suerte de arte relacional para crear situaciones de proximidad que reconstruyan los relatos que han quedado ocultos en el estrato de lo invisible y gracias a mantenerse en el lugar del disenso dan testimonio del mundo no reconciliado.

La exposición El reflejo de lo invisible” implica un reconocimiento a la inestimable aportación del arte plástico y audiovisual al ámbito de la imaginación y la libertad. Gracias al uso que el arte hace de estas valiosas herramientas, combinadas con su potencial natural para dar a ver, las piezas de arte visual son capaces de mostrar esos otros lugares invisibles, ya sean reales o no, simbólicos, alegóricos o utópicos, y representar eficazmente el mundo de las ideas y el pensamiento, además de llevarnos más allá de los límites en una construcción infinita individual y social.

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Este texto es un extracto del ensayo “El reflejo de lo invisible” de mi autoría, cuya publicación ha sido producida y editada por el Museo IAACC Pablo Serrano de Zaragoza con motivo de la Exposición «El reflejo de lo invisible» con las obras que ilustran este artículo de las artistas Asun Valet, Silvia Castell y Rosa Gimeno.

Otoño de 2023

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VARIACIONES EN PEQUEÑO FORMATO

Susana Pardo

VARIACIONES EN PEQUEÑO FORMATO

La naturaleza dispara. Claudia Rebeca Lorenzo

Claudia Rebeca Lorenzo. Txukela. 2020. Instalación. Foto M. Blanco pintora, escultura, española, europea

En las piezas de Lorenzo está implícita la historia del arte con sus corrientes expresionistas abstractas, así como la amplia investigación de lenguajes plásticos fauvistas y figurativos. Su forma intuitiva de trabajar parte del dibujo que le permite incidir en la materialidad de las formas, líneas, pinceladas, colores, manchas, texturas y trazos. La pintura va apareciendo de modo azaroso y abstracto, sin plantear un tema o concepto previo; es su mano la que piensa mientras dibuja y pinta, no su mente racional. En el propio hacer, es la acción la que discurre y configura ciertas formas que, a posteriori, podrán reconocerse como vegetación, rostros o figuras.

 

Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea,

Esas apariencias rememoran un primitivismo ancestral, un espacio frondoso y colorido reinterpretado del natural donde el ser humano es uno más. Un proceso abierto de crecimiento orgánico que la artista continúa en la realización de collages que se salen del papel o el lienzo a modo de relieves, para terminar en las tres dimensiones que le proporciona la escultura.

En ese sistema de trabajo, el proceso es una parte esencial; y es así, porque en el mismo hacer, en la continua construcción y elaboración de las piezas, cobra especial relevancia identificar plenamente el arte con la vida. La artista se concede intervenir sobre sus propios objetos artísticos sin censuras; todo lo que forma parte de la experiencia de existir es incorporado y validado: ya sea el movimiento, el aprendizaje, los elementos de nuestro entorno, la mezcla de percepciones cognitivas y emocionales, las mutaciones o la superación de los marcos de referencia. El rítmico proceso de elaboración en las obras se confunde con la propia acción vital; ambos ejercicios se desarrollan en un tiempo y espacio extendido garantizando la expansión de los procesos creativos y generativos.

Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea
Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea

Mantenemos una extraña y absurda guerra contra lo natural, como si nosotros no formáramos parte de ella; tratamos de ordenar y acotar la vida, mantenerla dentro de límites cartesianos, en parterres geométricos o ciudades de bloques con aristas cortantes, sin pensar en el efecto que esto produce en la psique de las personas o en el alma humana. Aparecen corrientes de pensamiento como el racionalismo o el minimalismo para dar a luz lenguajes simples y en equilibrio con el ser humano; formas de estructurar y simplificar la vida, espacios físicos y mentales donde descansar en la armonía de la expresión lógica. Sin embargo, en las últimas décadas esta sencillez ha desembocado en la creación de un lenguaje no conflictivo o políticamente correcto; ya sea en el diseño gráfico, en el interiorismo y la moda, en el arte y la arquitectura se privilegia lo sobrio y lo claro, aquello que sea asequible, fácil de asimilar y entender por una mayoría.

Lo global y homogéneo facilita el mercado. Unificar el gusto es rentable; sin embargo, considerar a los individuos como seres uniformes e indiferenciados provoca consecuencias nefastas. Esta tendencia creciente a estandarizar y categorizar a las personas en unos pocos grupos tipificados y perfectamente etiquetados reduce al individuo, su pensamiento y creatividad queda mermada y, lo más grave, aniquila toda opinión personal o respuesta crítica.

Y es que, queramos o no, la naturaleza es compleja y diversa, laberíntica y recargada, plana y vacía, exuberante y mínimal, llena de color y anodina, es una jungla y un desierto, un lago en calma y una tempestad. Ordenarla implica acabar con esa maraña de posibilidades e infinidad de opciones; una tremenda insensatez porque atenta contra la propia existencia. Es imprescindible valorar lo único y original en la naturaleza, lo que implica proteger la idea del yo y los valores humanos de lo identitario y la subjetividad. Da igual cómo queramos retorcer y asfixiar la vida en cualquiera de sus variantes, ella siempre responde a sí misma y propone su infinitud creativa: no una flor, sino cientos de miles, no un insecto, sino millones de ellos, no una especie animal sino una inmensa variedad, no una comunidad universal sino un complejo entramado de individualidades con vínculos afectivos capaces de crear cultura. Una naturaleza expandida siempre más voluptuosa y colorista, con más formas y asociaciones que vienen a ganar la partida.

Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea

 

Y aquí aparece el centro de la propuesta de Claudia Rebeca Lorenzo: la variación. Ella la plantea desde su ejercicio plástico procesual, logrando formas inéditas a medida que añade algo nuevo, ya sea un material, una forma o un color. El cambio, la mutación, la adhesión o sustracción entraña una variación que da lugar a una estructura y apariencia diferente y, por tanto, otro ente. La variación es generativa, creadora de nuevas formas orgánicas e individuos, trae consigo la adaptación y, por tanto, implica la supervivencia ante lo nuevo e imprevisto. Es crucial entender que lo diferente aplicado a cualquier nivel, aquello que singulariza y distingue permite que la naturaleza se expanda y enriquezca; pero además, para la humanidad, la complejidad es necesaria porque la unión de las múltiples subjetividades trae consigo un desarrollo de nuestro potencial creativo así como el incremento de la conciencia.

Las industrias y tecnologías no ofrecen la economía de medios para la paz de espíritu; mas bien al contrario, el mundo de los negocios y, más concretamente, los mercados bursátiles solo buscan la rentabilidad máxima al mínimo coste. Ser eficiente a cualquier precio conlleva lo que anuncia la artista: que llega la naturaleza y nos dispara. Sin embargo, más que matar, estaríamos hablando de un suicidio programado por la ceguera humana. La naturaleza nos acoge y nos pone sobre aviso para advertirnos que el arma la empuña este falso ecologismo sustentado solo en la economía. La naturaleza es dadora de vida y ofrece diálogo; y nosotros necesitamos convertirnos en una especie de Tarzán del siglo XXI, para ser capaces de comunicarnos, entender y disfrutar con el resto de seres vivos, transformar nuestra mirada en una forma de conocimiento y respeto para una convivencia armónica con el entorno, los otros y nosotros mismos.

Obra de Claudia Rebeca Lorenzo Alrededor de una cabeza, Escultora, pintora, española, europea
Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea
Obra de Claudia Rebeca Lorenzo. Txukela. 2020. Instalación, pintora, escultora, española, europea
Achanta la mui, Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, pintora, escultora, española, europea

Los artistas en general y Lorenzo en particular, se convierten en el chamán contemporáneo, conmocionado por esta materia; consciente y preparado, el artista-chamán utiliza la memoria de la historia del arte para establecer este diálogo necesario entre arte y vida. El arte, como ficción que se sabe creativa y generadora de pensamiento y acción, utiliza la mentira para un verdadero ecologismo, crea una realidad utópica de verdadera comunión como propuesta de futuro.

La galería Art Nueve acoge una sutil representación de todo este trabajo y pensamiento de Claudia Rebeca con una selección de obras pequeñas y discretas en las que la artista, convertida en profeta, anuncia la venida de un momento de auténtica unión entre todos los integrantes de nuestro mundo natural. Nos habla de lo orgánico en toda su extensión, de cómo las plantas y los animales de cualquier especie están dotados de una enorme fuerza, mientras que sus figuras y personajes humanizados son entes primitivos, a medio camino o al margen de la vida, sin capacidad de comprender la relación o el diálogo que la naturaleza propone.

Obra de Claudia Rebeca Lorenzo, Escultura, Pintora, española, Europea

La naturaleza dispara pero de momento no apunta a matar, espera a que la humanidad deje de mirarse el ombligo. La naturaleza no es solo un lugar de uso y abuso, nosotros mismos somos naturaleza. En teoría, el ser humano es la parte consciente de la naturaleza, la que debería comprender el proceso vital y creativo y nutrirla de sí misma; pero sobre todo, Claudia Rebeca Lorenzo nos muestra el arte en movimiento y la importancia de la variación en la naturaleza, donde lo bello natural o clásico y las variaciones sobrenaturales o monstruosas se conjugan para una universalidad inacabada, siempre en un continuo hacerse rítmico.

De este modo, sus obras están impregnadas de posibilidades donde la naturaleza crece sin control, por la exuberante expresión de la vida, ya sea vegetal, animal o humana. La artista expone la naturaleza como el último eslabón de la cadena orgánica; no ha escogido el instinto de un animal superior o la inteligencia humana para que ostente la cúspide de la pirámide evolutiva, sino la propia naturaleza, es decir, coloca en este punto culminante o fin último a la conciencia natural que acoge por igual los pétalos de una flor, los troncos, ramas u hojas de un árbol, las alas de una aparente mariposa, una cabeza o un rostro, sin ninguna jerarquía definida.

Con el título, La naturaleza dispara, se hace referencia a quién está al mando, a cómo la naturaleza se impone frente al resto de opciones creadoras. Algo que cualquiera de nosotros ha podido comprobar en el espacio natural o en aquel jardín donde se deja de intervenir o el patio que se descuida: crecen los musgos y mohos, se llena de vegetación e insectos, colonias de gatos o reptiles de todo tipo, etc. La naturaleza es imperativa y si el individuo trata de arrasarla o doblegarla se arruina a sí mismo, mientras que ella vuelve a resurgir.

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AMPLIANDO EL HORIZONTE DE SUCESOS

Susana Pardo

AMPLIANDO EL HORIZONTE DE SUCESOS

Al comienzo del primer Manifiesto Surrealista redactado por André Breton en 1924, se describe al hombre moderno como un autómata al que se le ha despojado de su naturaleza creativa en pos del progreso y racionalismo burgués. Este individuo, inmerso en su tiempo, suspende sus aptitudes intuitivas y emocionales renunciando así al juego y la imaginación, de manera que se pueda abandonar en exclusividad al trabajo utilitario y provechoso dentro de la maquinaria industrializada, engrasada por la lógica materialista liberal de la vida cotidiana. Si en algún momento, este individuo descubre la farsa hacia la que ha sido dirigido, no puede dar marcha atrás, según Breton, porque ha vendido su cuerpo y su alma a la causa de las necesidades prácticas; si renuncia al pensamiento libre, a la ética y espiritualidad no dogmática o a perderse en la lucidez de los sueños y el misterio ¿qué le queda? El hombre se vuelve superficial en este estado, incapaz de reaccionar o entender, «bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación» en palabras de Breton.

Liberar la imaginación es liberar al cuerpo y al espíritu

Dalí. Retrato de Mae West, 1934-35

Hoy se sabe que nuestro cerebro activa las mismas áreas neuronales cuando rememora el pasado que al tratar de imaginar el futuro. Este inquietante hallazgo de la neurociencia pone de manifiesto que ambas acciones, la de volver la vista a nuestra memoria y rebuscar en lo vivido como crear y proyectar hacia el futuro, implican la construcción de un relato. En cierto sentido, esto constituye una amenaza, que se evidencia ante la incapacidad de calibrar hasta dónde estamos fabulando o inventando al recordar quiénes éramos y qué ocurrió años atrás; sin embargo, nos da una pista más de cómo actúa la biología en sintonía y a favor del movimiento y la transformación. Los individuos y las comunidades estamos en continuo proceso, no podemos escapar al viaje del devenir que hace saltar por los aires lo normativo, mueve constantemente los acuerdos éticos y morales y, desde luego, dificulta el frágil entendimiento entre objetividad y justicia.

Por tanto, del mismo modo que hemos de ser conscientes del proceso de aprendizaje y cambio que tienen lugar durante nuestra experiencia vital, parece imprescindible redimensionar la confianza en las certidumbres históricas y la fiabilidad de lo recordado a nivel personal. ¿Cómo diferenciar la verdad de la mentira? En el centro de esta confusión, se podría afirmar, con cierta reticencia, que la ficción o creación mental se erige como la única verdad, aunque no menos frágil, que se levanta sobre los pilares de la relatividad en un terreno de arenas movedizas. La duda se convierte en una compañera inseparable. La ciencia ha demostrado este escenario que los surrealistas vislumbraron hace un siglo, poniendo en valor la imaginación como ingrediente fundamental para ampliar el conocimiento y fundar nuevos mundos; una imaginación que, además, nos proporciona la posibilidad de aunar en un espacio holístico el pasado, presente y futuro.

La desventaja de la ciencia frente al arte es el ritmo de su método: para emitir sus hallazgos, los científicos han de observar, analizar, explicar, corroborar y concretar sus hipótesis en leyes; mientras que las propuestas artísticas apelan a la emoción, la intuición y la imaginación, estableciéndose cauces y fórmulas más directas e inmediatas capaces de generar preguntas, poner en duda la normatividad del momento, abrir el horizonte de sucesos a los diferentes planos de realidad y proponer alternativas.

El ritmo del arte acorta y simplifica el flujo favoreciendo la conexión del espacio-tiempo; se recompone la escisión que vive el hombre moderno, al que se le ha privado de su pensamiento y capacidades creativas para ser un cuerpo sin alma programado para producir. Es aquí donde el Movimiento Surrealista quiere incidir, en reconducir y estimular esta unión que conecte la humanidad con su pasado y el individuo sea capaz de restablecer el equilibrio entre inconsciente y consciente, cuerpo y psique, sueño y vigilia. Breton advierte de ciertas actitudes surrealistas en poetas y escritores del pasado y anima a la búsqueda, la investigación y la experimentación para acercarse a lugares que escapan a la lógica y los convencionalismos.

Solo desde la imaginación es posible la poesía.

Dora Maar. Sin título, 1934

Y la imaginación está ligada al inconsciente, disponible en cada ser humano, de ahí que los surrealistas pensaran que todo individuo es un poeta potencial. El término poesía deriva del vocablo griego poiesis que significa producción, creación, algo que parte del no-ser para ser o existir, ya sea mediante el proceso natural de procreación o por la aplicación de un conocimiento técnico o saber hacer. La poesía es, por tanto, el resultado o la cualidad de la acción de realizar, tal como la filosofía de la antigüedad griega describía, y se extiende, por definición, a todas las artes y actividades creativas capaces de convertir un pensamiento en materia. Poesía y arte van de la mano al transformar la idea en objeto, lo invisible en visible, o lo que es lo mismo, al arrojar luz al misterio.

 

Revista

A punto de cumplir un siglo de su nacimiento, es posible observar el enorme alcance de las ideas surrealistas, algo impensable en su momento porque la materialización plástica de su concepto de belleza no aparentaba ser tan rupturista o radical como otros movimientos de vanguardia (la abstracción o el propio movimiento Dadá, del que bebieron muchos de sus principios). Nació con ciertas restricciones; para empezar, su líder, André Breton, era autoritario y exigente, escribió varios manifiestos para fijar las normas de cómo había que romper las normas: una paradoja difícil de asumir por los integrantes del grupo. Admitía y echaba a placer a los artistas que él consideraba y, por si fuera poco, le tocó vivir el momento político más convulso y con mayores crisis: el período entreguerras estuvo marcado por la desigualdad social, el Crack de 29, el nacimiento de los fascismos, violencia, analfabetismo, pobreza y degeneración social.

Aunque el Movimiento Surrealista lo inician hombres del mundo de las letras, muy pronto es secundado por artistas plásticos que se agregan a este pensamiento con una actitud abierta y lúdica, desligada de cualquier finalidad concreta que no tenga que ver con la de satisfacer el propio deseo de experimentar; bucean tanto en el simbolismo y lo onírico como en la locura y lo oculto del inconsciente para esquivar al guardián racional; heredan del movimiento Dadá la aceptación del encuentro fortuito, la incoherencia, el azar y lo absurdo por medio de la asociación de ideas sin sentido ni condicionantes; hacen uso de la burla, la ironía y lo grotesco; inventan herramientas como la escritura automática, el cadáver exquisito o el método paranoico-crítico. Este fue el gran descubrimiento de Dalí, acogido por la comunidad surrealista con enorme aceptación; basado en las teorías del psicoanálisis de Freud y Lacan, «Dalí había encontrado en la paranoia el estado mental superior para desacreditar la realidad a partir de la interpretación delirante de la misma […] Mediante la aplicación del método paranoico-crítico, lo que Dalí buscaba no era sino transformar drásticamente la percepción y la comprensión de lo real». Dalí proponía actuar como un paranoico que, en su delirio, manipula su entorno para satisfacer sus deseos.

Dalí. Escenario

Desde los comienzos del Surrealismo, el objeto juega un papel protagonista, utilizado por su potencial simbólico y metafórico en todas las creaciones: poemas, collages, fotografías, películas y pinturas. Omnipresente, el objeto, o la asociación de elementos o materiales escogidos por su forma seductora, es tanto más alabado cuanto mayor es la inmediatez que produce su uso o realización, y la capacidad automática de sugerir una multiplicidad de significados.
La fotografía de objetos, como los ready-made de Duchamp, representan la trilogía surrealista belleza-encuentro-casualidad a la perfección. En ambos lenguajes se produce la unión entre el inconsciente pulsional (que satisface los deseos sin pensar en reglas preestablecidas) con el inconsciente óptico que proporcionaba la instantaneidad de la fotografía y el objeto encontrado (algo que la pintura o la escultura por la lentitud de su realización perdía las cualidades de ser un automatismo que no necesita pasar por el pensamiento racional).

La exposición “Objetos de Deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020”, en CaixaForum de Barcelona, pone de relieve cómo los ecos surrealistas llegan hasta nuestros días difundiéndose e impregnando nuestros espacios mentales y entorno físico sin aparente choque cultural: los mundos oníricos de Tunguy se convierten en el expresionismo abstracto de Pollock o las esculturas verdes de Gae Aulenti; no hay solución de continuidad entre los estados paranoides de Dalí y los paisajes oníricos del videoclip Utopía de Björk. El cine experimental y el videoarte conceptual beben directamente de Buñuel, Cocteau o Man Ray.

Björk, Utopia

Ruth Francken. Silla-hombre, 1970

Brazalete de pelo y anillo de terrón de azúcar, 1935-37

Observamos cómo de los objetos surrealistas y los ready-made de Duchamp se pasa sin rebelión al diseño de mobiliario o cómo el retrato tridimensional de la actriz Mae West de Dalí no solo son un adelanto de lenguajes artísticos como la instalación, el Pop Art o los Site Specific, sino que inspiran el diseño y la decoración de interiores; el diseño gráfico y la moda se ha visto ampliado desde aquellas fotografías del Vogue hasta los diseñadores de nuestro tiempo.

Marcel Duchamp. Tour, 1993                                                                                                                Gae Aulenti. Tour, 1993

A continuación, el poema de Manuel Granados describe el itinerario por el que el arte discurre hasta trasladarnos a su objetivo. La poesía es la manifestación de la voluntad del artista de avanzar, sin mapa, en el abismo de sí mismo; la creación artística es la materialización de una aventura para descubrir caminos y espacios más allá de la lógica. Aún en la tarea más objetiva de pintar un paisaje copiado del natural o en un retrato con modelo, el artista se enfrenta a un trabajo de introspección y búsqueda inconsciente que le lleva, la mayoría de las veces, a lugares inesperados y desconocidos, incluso para él mismo, cuyo descubrimiento procura un alimento real. Este es el estado de vacío que muchos artistas describen donde no se sabe qué está pasando, solo hay una apertura a las infinitas posibilidades que se presentan entre los estratos de la memoria dormida y cuyo conocimiento se conecta en una maraña sin lógica.

 

Te entrego lo que no busqué
lo abrazas con alivio
los márgenes se mueven y el devenir se hace soportable;
ciclos abiertos para el habitante de lo impermanente.
Acaricio la memoria imaginada
el nombre protege: llamo arte al arte,
alguien lo respeta
la semilla paciente espera su tiempo.
El poeta no renuncia y la conciencia crece.

 

Paradójicamente, a través del hedonismo materialista y el culto a la satisfacción de las pulsiones físicas, el pensamiento surrealista nos ha legado la profundidad de la mirada y la terapia de la imaginación; artistas posteriores recogen el testigo de experimentar con el sinsentido para adentrarse sin temor en los territorios inexplorados de la mente y el espíritu.

Gae Aulenti, Esculturas verdes

Front. Lámpara-caballo. 2006

Front. Lámpara-caballo. 2006

Iris van Herpen. Syntopia. 2018

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Paisajes y libros

Aurelio San Pedro

Paisajes y libros

En su reciente y primera exposición en la galería Pigment Gallery de Barcelona, el artista nos muestra el resultado de  su trabajo, que gira alrededor de dos  conceptos: el espacio (paisaje) y el tiempo (libros). Los paisajes plantean  la existencia de un sujeto que observa  y de un objeto observado destacando  sus cualidades visuales.  Nos muestran distancia, vaguedad, y una idealización del espacio.  Estas características van ligadas a la definición de recuerdo. Las esculturas murales establecen una relación y  comparan la experiencia  con las páginas escritas; al fin y al cabo las personas son historias, historias que se cuentan y se escriben. Cada libro no es solamente un relato sino una vivencia, ya sea del autor, del protagonista de la historia o, en la mayoría de los casos, del propio artista que los  utiliza y manipula. Estos fragmentos de libros representan lapsos de tiempo variables, utilizando la repetición, el acopio y el orden para  posteriormente ser guardados y archivados, esta repetición da como resultado un aspecto visual que tiene relación con el coleccionismo, sobre todo en el campo de la entomología.  Pequeños recuerdos que uno guarda para sí mismo.

Recorrió su camino. Técnica mixta, Diámetro 100 cm

Las hojas, una tras otra terminan por formar un círculo, recordándonos el corte transversal del tronco de un árbol, representando el paso del tiempo a través de las hojas de libros que contienen vivencias.

Fue olvidando lentamenteTécnica mixta, 140 x 100 cm 

Las hojas del libro, cortadas y dobladas, conforman una matriz perfecta, en la que se pueden observar huecos. La  pieza simboliza el recuerdo, los vacíos  y el olvido de estos.

Paisaje, Obra de Aurelio San Pedro, 2019. artista visual y pintor catalán, español, europeo

 Paisaje, lápiz sobre papel, 100 x 100 cm

Fragmentos. Técnica mixta, 100 x 100 cm

Fragmentos, incorpora un nuevo material a la serie: la escayola. Las partes de los libros que se utilizan son aleatorias, como tapas, lomos, tejidos, hojas, etc., y están integradas en pequeñas láminas de escayola de apariencia frágiles. Cada lámina representa un pequeño fragmento de recuerdo, más bien una imagen borrosa.

Recuerdos de infancia. Técnica mixta. 100 x 100

En esta obra el artista, por medios de distintos elementos bien organizados, nos sugiere en su composición, la idea de archivo. En este caso se han utilizado los lomos de los libros, parte que protege y contiene las páginas, haciendo referencia a la infancia, y el color viene a reforzar el mensaje.

isaje 1, Obra de Aurelio San Pedro artista visual y pintor catalán, español, europeo

     Paisaje, lápiz sobre papel

 Veinte episodios oscuros. Técnica mixta, 100 x 100 cm

Pieza formada por veinte composiciones rectangulares compuestas por pequeñas hojas de libro enrolladas de color negro. El negro sugiere experiencias negativas, mientras que el cilindro blanco indica que de cada episodio oscuro se puede extraer algo positivo.

Aquellas historias le cambiaron. Técnica mixta. 100 x 100 cm

Al igual que en la obra titulada Recorrió su camino, cada elemento está formado por varias hojas enrolladas que configuran un pequeño disco. Estos elementos representan una serie de argumentos capaces de cambiar la forma de pensar de un individuo.

 

Paisaje, lápiz sobre papel

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La pintura de Julia Dorado

Carlota Santabárbara

La pintura de Julia Dorado

Julia Dorado, nacida en 1941, a sus veintidós años se la consideró ya en Zaragoza como mujer artista y, por si fuera poco, además en un estilo vanguardista en ese momento: la abstracción. Y es que la fuerte personalidad de Julia produce admiración a quien la conoce, endurecida por la adversidad su rebeldía se basa sobre todo en haber conseguido alcanzar la definición de mujer artista en un mundo eminentemente patriarcal, el de los años sesenta y el del arte, donde además se posicionó frente al academicismo imperante en España en ese momento. Julia se opuso a él acercándose a un código plástico que iba más allá de la representación formal, una expresión artística que ha ido evolucionando a lo largo de su vida hasta llegar a un lirismo cromático que, aunque se nutre del expresionismo abstracto europeo en sus orígenes, lo ha sabido desarrollar de un modo muy personal.

Su formación fue en el ámbito académico de la pintura y el grabado, cursó estudios en la Escuela de Zaragoza y en Bellas Artes en Barcelona, aprendió el dibujo del natural en los estudios zaragozanos de Cañada y Rabadán. Llegó a dominar y sentirse cómoda con la línea como recurso compositivo, sobre todo en su etapa como grabadora en Barcelona, tanto en litografía como en calcografía, pero finalmente el devenir artístico le llevó a decantarse por el color y la negación casi absoluta de los contornos y el trazo lineal. Sin duda un acto de valentía y rechazo a la imposición academicista.

Su atracción por la abstracción vino estimulada en los inicios por Federico Torralba, entonces profesor de la Escuela de Artes de Zaragoza, que le ayudó a adentrarse en ese nuevo estilo. Aunque fue a raíz de la exposición de Ricardo Santamaría y Juan José Vera en 1961 cuando la abstracción le terminó de seducir como estilo que adoptó de un modo propio y personal que le permitió a su vez incorporarse al Grupo Zaragoza ya en 1963, lo que le llevó a participar de exposiciones colectivas hasta 1967 donde su informalismo se afianzó.

Su pintura se revela contestataria, donde manifiesta cómo la rebeldía creativa es necesaria para la supervivencia de la vida psíquica y así Julia ha encontrado en la pintura pura, llevada a la abstracción más absoluta, un modo propio de religión que le otorga sentido a su vida. Tal y como afirma la teórica francesa Julia Kristeva: “La felicidad no existe sino a costa de una rebeldía (re-vuelta). Ninguno de nosotros goza sin enfrentar un obstáculo, un interdicto, una autoridad, una ley que nos permita medirnos autónomos y libres. La rebeldía que aparece asociada a la experiencia de la felicidad es parte integrante del principio del placer”.

La fortaleza de Julia está forjada de una trayectoria vital dura, porque los enemigos hacen que levantemos muros, que nos afiancemos en nuestras convicciones, en nuestro camino, que luchemos con más fuerza si cabe, que alcemos la voz , gritemos a pulmón abierto, a veces a través del gesto, del color, la vibración de la luz, el contraste, y cierta violencia que emana desde dentro. La pintura de Julia no nos deja indiferentes, aunque no todos tienen la capacidad sensitiva de percibir la grandeza de las manchas, físicas y emocionales, que a la vez que cubren desvelan su esencia.

La balanza existencial en la que oscila el ser creativo de Julia hace que sea determinada, directa, de una franqueza estimulante, esa que tiene la verdad de quien ya no tiene tiempo para andarse por las ramas. Esa verdad tan honda que te toca el alma con los dedos. Y esa verdad viene reflejada en su pintura, una pintura que surge de un renacer constante. Julia se reinventa constantemente en cada etapa, en cada momento vital,  cuando vivió en Paris, en Barcelona, en Parma o en Bruselas, acompañada siempre por esa necesidad, esa pulsión vital que emanan los neoexpresionistas alemanes, los llamados «Die Neue Wilden» (Los Nuevos Salvajes). Se trata de la necesidad que hace que el gesto impere dominando la mirada de la autora y del que mira, porque al mirar sus cuadros debemos ver más allá del color.

En el diccionario de artistas aragoneses su estilo es descrito como una “constante extremadamente sencilla y poética a la vez: una escueta geometría como fondo invadida o diluida por manchas de color a modo de nebulosas, sugiriendo y creando siempre un espacio pictórico de gran sentido plástico mediante una textura plana y evanescente”. 

Pero no nos podemos quedar con meros análisis formales interpretativos, la obra de Julia va más allá, exige al espectador un diálogo, no sólo que observe una imagen sino que establezca una relación con el ser creador, con la fuerza generadora de esa expresión. Sus obras son espejos en el sentido más freudiano, por lo que la realidad artística que percibimos trasciende de la realidad externa que vemos para adentrarse en aquello que se resiste a ser explicado descriptivamente, cuya significación sobrepasa lo verbal para alcanzar lo emocional a través de la imagen. En esta exposición Julia nos presenta sus pinturas más actuales, impregnadas de una fuerza exultante. A pesar de que pronto dejará de ser septuagenaria, Julia no presenta en esta exposición una retrospectiva, ya la hizo años atrás. Julia está en una nueva etapa, de hecho cerrándola, sabe que forma parte de un ciclo pictórico que está terminando y que aquí se muestra como testimonio de su constante reinventarse. Julia nace de las cenizas como el ave mitológica que surge de la destrucción y cuando parece que estaríamos ya en el otoño creativo de esta artista aragonesa, nos encontramos con una pintura llena de energía, de carácter, de fuerza.

En palabras de la que es considerada la última artista del expresionismo abstracto americano: Agnes Martin, “todo puede ser pintado sin ser representado”, por lo que se deduce que esa abstracción lírica de Dorado lleva implícita una sintaxis poética personal que puede prescindir de la representación formal de la realidad para materializarse en arte, en un arte lleno de sinceridad plástica.

 Martín Heidegger decía que “la obra de arte está esencialmente relacionada con la verdad”. En este sentido la obra pictórica de Julia Dorado podríamos decir que es pura verdad en el sentido de que revela entidades de su propio ser, se trata de lo que el filósofo alemán llama “desocultamiento”, (Unverborgenheit), donde la pintura no tapa, a pesar de la densidad matérica, sino que nos deja ver a través de ella lo que hay detrás, que no es otra cosa que el alma de Julia.

“La esencia del arte, en la que residen a un tiempo la obra de arte y el artista, es el ponerse a la obra de la verdad” y por lo tanto “ la eficacia de la obra no consiste en el efecto que produce. Consiste en un cambio que tiene lugar a partir de la misma obra del desocultamiento del ser”.

De hecho, si nos adentramos en su proceso creativo vislumbramos cómo la pintura de Julia Dorado prescinde de dibujos preparatorios y de pinceles, parte de una relación mucho más íntima con el cuadro, sin preámbulos, preparando las telas en tonos de color que le incitarán a un proceso de manchado de la superficie, colocada en horizontal, para ir tapando con ligeras capas de pintura acrílica muy diluida…, pero no para colorear sino para crear campos cromáticos que irán construyendo la composición. Podría considerarse casi acuarelista, pero va más allá, busca la opacidad, la luz, la transparencia, porque a la vez que va tapando con las manchas de color, también va desvelando lo que se deja entrever.

Tras el proceso de ocultación de lo que subyace podemos apreciar un haz de luz en la distancia, en la profundidad del cuadro, como si se intuyera una perspectiva casi indescifrable que se proyecta hacia nosotros para dejarnos ver ese brillo que emana julia cuando nos mira fijamente, esa luz intensa de un ser creativo por todos sus costados, poliédrica, que ha trabajado sobre papel, sobre lienzo, con pintura, con grabado, con collage…, que no entiende la vida sin arte, ni el arte sin vida, y cómo esas pupilas vibrantes nos dicen que está viva, muy viva, y que le queda todavía mucho arte, mucha verdad por contarnos.

La pintura de Dorado se ha convertido en un proceso creativo en el que algunas obras de etapas anteriores consiguen sobrevivir a su mirada crítica y otras simplemente desaparecen bajo capas de pintura. Les da una nueva oportunidad, reinterpretándolas. El reciclaje está presente, no sólo en sus materiales, como es el caso de los collages que desarrolló en los años 90 (y que se pueden ver en el discurso curatorial de la exposición) sino también en el propio proceso de creación, donde antiguos cuadros, compañeros de viaje, quedan ocultos y escondidos en una nueva etapa vital, en nuevas capas de pintura, buscando ese afán comunicador que habían perdido.

En palabras de Julia: “les das oportunidades, haces rectificaciones, el cuadro tiene la oportunidad de decirme si la imagen que yo veo del cuadro me comunica o no”, se trata de un diálogo constante entre el cuadro y ella, de constantes miradas críticas y revisiones hasta que un día les permite vivir o simplemente resucitar de la destrucción hacia una nueva vida plástica, una nueva obra.

La pintura le proyecta hacia la tela, es como un desdoblamiento de sí misma, forma parte de una necesidad plástica, de sacar aquello que oprime la boca del estómago y plasmarlo fuera de su presencia corpórea para trasladar su propia esencia a un espacio pictórico que se convierte en acto creativo, una acción llena de valentía frente al vacío del lienzo.

 En Julia Dorado el color domina su pintura, la emoción expresiva se manifiesta mediante recursos gestuales y sobre todo cromáticos, que le permiten adentrarse en un mundo más íntimo, emocional y visceral. Idea sobre el color que ya desarrolló a principio del siglo XX Kandinsky: “sobre el alma. El color es la tecla, el ojo el macuto, y el alma es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana.”

Además, ella nunca pinta sobre blanco, pinta sobre color, encola las telas con pigmentos, tostados, ocres, rojizos y grisáceos, pero no parte de la nada. Porque la vida no es blanca,  inmaculada, parte de la mancha, de un tono cromático que es su esencia. Julia impregna a través del movimiento, de la acción, imágenes que busca, casi a tientas con las manos, desplazando su cuerpo por todo el lienzo para extender la pintura, una superficie que colocada de manera horizontal le permite deslizarse, el gesto de todo el torso y el alma que se proyecta en el lienzo como una pulsión íntima, una necesidad vital. Porque Julia transmite vida, fuerza, energía, valentía, todo ante la pintura, que es ella misma, pero también hacia su realidad personal.

La construcción pictórica de sus cuadros se basa en capas de pinturas, tapando todo aquello que está debajo, pero también desvelándolo. Se trata de una pintura que necesita de unos tempos determinados, regidos por la mirada crítica de Julia que hace, rehace, repinta y tapa sus obras impulsada por una fuerza creativa que le lleva a plasmar su mundo interior, un mundo lleno de luces y sombras. Roland Barthes definió como “el temblor del tiempo” la huella que deja el gesto del artista que pinta y borra al mismo tiempo, y ese signo, o mancha de color, que en el caso de Julia, puede significar algo o no transmitir nada más allá de su propia materialidad.

Julia se enfrenta con gran intimidad a sus cuadros, como si fuera el acto de amar, donde la pasión y la emoción se mezclan con el coraje de una personalidad muy fuerte, que se ha crecido ante las dificultades. A esto se le suma que no se puede negar cierta violencia en la energía pictórica que desprenden sus pinceladas, brochazos, manchas, las cuales responden a una necesidad que trasciende de lo puramente estético o plástico para alcanzar lo vital. En cada lienzo el acto de pintar se hace visible, dejando latente la batalla entre sus causas y consecuencias.

 Ese primer impulso surge de un proceso psicológico, o tal vez más visceral, de necesidad de proyectar en el medio artístico un estado mental, emocional. El momento creativo está impregnado de gran concentración y emotividad, es como el acto de vivir,  si no sale bien, hay que tapar, insistir. Se trata de la intensidad con la que Julia vive, porque sus cuadros son su modo de vivir, de sentir, de expresar, llenos de pasión y de intensidad. Tal y como define el filósofo e historiador británico Collingwood: “ (…) dado que la naturaleza humana está compuesta por la razón y la emoción, el punto en que la razón se desvanece coincide con el dominio absoluto de la emoción. El arte estimula y apela a la emoción como tal, su principio rector son las pasiones, (…), por tanto, la experiencia estética es una anarquía psicológica, una orgía de desorden.”

En la obra de Julia existe una emoción o motor que incita a iniciar ese proceso de creación, un proceso que va encaminado a través de un esfuerzo físico y emocional, pero el resultado es algo completamente impredecible, imprevisto, que no parte de una imagen preconcebida o generada en la mente, sino que se trata de un proceso temporal de afinado, modificación, experimentación y diálogo con la pintura, hasta que finamente la imagen en una dialéctica constante le devuelve la mirada de aquello que quería decir.

 En esa expresión hay un desvelo, una desnudez, que nos impregna de un gran respeto, por el coraje de mostrarse a estómago abierto, tal cual Julia es. El objetivo de la expresión, según Collingwood “es el conocimiento de uno mismo”, aun a riesgo de que no le guste a la audiencia, porque Julia hace mucho tiempo que dejó de mirar hacia fuera, ya sólo mira hacia dentro, por lo que su pintura no puede ser más auténtica, más profunda.

En toda su trayectoria artística Julia siempre ha caminado junto a Pablo Trullén, su marido, con el que ha vivido por todo el mundo, estimulando a Julia en su producción, exposición y crecimiento. Pablo, filólogo y compañero, la ha reconciliado con la vida, pero también ha sido esa mirada crítica que acompaña, que no por contener amor ha de ser condescendiente, y que ha provocado en Julia esa capacidad increíble que tiene de crecerse, de hacerse grande, de demostrar que su pintura es su vida y que seguirá pintando mientras respire.

Finalmente quisiera concluir con una reflexión personal, ya que no resulta ser casualidad que las tres mujeres que escribimos en este catálogo hayamos sido encomendadas de algún modo, no sólo a visibilizar sino también a tomar el testigo de la lucha de una mujer en un mundo dominado por la autoridad patriarcal, donde tenemos el cometido vital de alzar la voz y gritar que estamos aquí, que debemos seguir creando obras de arte, producir cultura y participar del arte, los libros y la crítica, desde la sororidad. Que le debemos a Julia como generación sucesora el deber de seguir caminando con la cabeza bien alta, a pesar de que a muchos les pese. Julia, que ya va rozando las ochenta primaveras, se siente en la misión de darnos ese legado: una rebeldía que forma parte de vivir a pesar de la dureza de las circunstancias, y un cierto sentido de que debemos agradecer a todos los que se interponen en nuestro camino porque nuestro empeño es aún mayor que antes, porque como buenas aragonesas, mujeres, llenas de vida, ante la dificultad nos crecemos, ante la oposición nos llenamos de coraje, y de eso sabe mucho Julia Dorado, que además de ser una gran artista, es mujer artista, abstracta y rebelde.

Lugar: La Lonja, Zaragoza

Fecha: 4 de Octubre al 6 de Enero de 2019

Fotografías: Santiago García Lázaro

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