Susana Pardo
HISTORIAS DEL NATURAL. Juan Millás
«[…] Me gusta la idea de organizar un mundo creativo en el que convivan de manera armónica series autobiográficas, documentos, exploraciones líricas subjetivas, ensayos visuales…Imágenes que nacen de la vida vivida; pero también imágenes que son fruto de la experiencia íntima, de la observación, de la vida pensada e interiorizada […]. Es posible que los puntos de referencia te resulten tenues. El motivo de esta niebla no es otro que mi gusto por el relato romántico sobre la fotografía: donde el amor es la principal motivación del fotógrafo y cada imagen es un poema» .
Extracto del texto de “El bosque en los ojos”. Juan Millás1
Los duros meses que permanecimos en casa por la trágica pandemia de 2020 marcó un punto de inflexión en las sociedades urbanas. Además del miedo a un enemigo al que no se le ve venir y la impotencia ante la enfermedad y la muerte, nunca antes como en ese momento, los ciudadanos habíamos deseado tanto tener un balcón repleto de plantas o un perro para salir al parque. Fue en ese período crítico el cuando el artista Juan Millás comienza a crear, de un modo lúdico y desinteresado, las imágenes que conforman el proyecto “El bosque en los ojos”. Se trata de un conjunto de fotografías donde se superponen las imágenes tomadas a la familia, durante el confinamiento en el interior de la casa, en sus quehaceres cotidianos, trabajo, estudio, lecturas y juegos, con las fotografías realizadas en la naturaleza.
A pesar de su intenso trabajo en diferentes medios de prensa (para los que realiza retratos, reportajes de viaje y lifestyle), ha conseguido formar un amplio archivo personal, en constante crecimiento, con imágenes de la vida y la naturaleza que le rodea y le cautiva.
Inspirado por la lectura de libros como “Los pájaros, el arte y la vida” de Kyo Maclear, con el que comienza a valorar lo aparentemente insignificante, o “Los orígenes de la creatividad humana” de Edward O. Wilson, el artista queda atravesado por el concepto de biofilia, nombre que se le da a la innata conexión emocional y biológica que los humanos tenemos con otros seres vivos y con la naturaleza en general. Su imaginario más íntimo recupera la memoria de los largos veranos de la infancia en una aldea asturiana, donde jugaba con toda clase de bichos o perseguía saltamontes en los prados contiguos a la casa de los abuelos maternos. Al descubrirse fotografiando gorriones, las moscas con las que convivimos, la polilla que entra por la ventana, el cielo de la ciudad o los campos y bosques de sus momentos de ocio, se da cuenta que en todo ello hay un relato que merece ser contado. No hay momento más emocionante que ajustar la distancia focal de la lente y sorprenderse ante la explosión de vida. En lo pequeño y cercano hay un mundo infinito de posibilidades.
Si profundizamos en esta idea, en un universo holístico, lo íntimo se convierte en universal. Prestar atención a lo más cercano y familiar es un ejercicio de voluntad, porque nuestro cerebro selecciona y discrimina lo que percibe, siendo absolutamente ciego u obviando todo aquello habitual o supones una constante inamovible. De alguna manera, cuando se decide dirigir la mirada a la intimidad de lo cercano, se está eligiendo quitar de la ecuación el tiempo y el espacio. Porque para llegar a lo íntimo no tienes que recorrer ningún espacio, ni hay necesidad de recurrir a la memoria de pasado, ni tener expectativa de futuro, el tiempo desaparece. Eliminar las coordenadas de la materialidad física implica quedarse con la idea pura.
La vida que nos rodea está cargada de maravillas estéticas y profundidad conceptual, y el compromiso de Millás es registrarla de un modo poético, escuchando sus ecos, ya sean buscados o encontrados por azar o por el libre juego de sus facultades; porque todavía hoy, después de años de fotografiar profesionalmente, se siente fascinado por la posibilidad de hacer visible las sensaciones y emociones de sus experiencias en los entornos naturales o en contacto con los animales.
Ejemplos de ello son el foto-libro “Península” junto al también fotógrafo Eduardo Nave, donde surge su interés genuino por el paisaje y sus orígenes; el proyecto “¿Por qué agoniza el gorrión?”; “Parece posible encontrar todavía algo por descubrir en el jardín”2; y más concretamente el foto-ensayo y proyecto expositivo “A grove of trees from a point of view”, cuyo objetivo inicial de fotografiar los menhires diseminados por pequeños bosques de la Bretaña francesa se transforma en una exploración conceptual más profunda a medida que avanza el desarrollo del mismo. Estos proyectos revelan el interés por indagar en los espacios abiertos y naturales, sin embargo, este último, despierta en Millás una pasión oculta, o más bien aletargada, la de deambular por el bosque. Sumergirse en los bosques caminando en busca de los restos de construcciones neolíticas, que no siempre logra encontrar, le proporciona tanta satisfacción que adelanta el paisaje, que iba a ser el telón de fondo de los megalitos, al primer plano y convierte el recorrido en el protagonista.
Este simple gesto, que a primera vista parece insignificante, nos da la primera clave para decodificar el fundamento y el carácter que insufla de vida el trabajo de Millás, más allá de su interés y amor por la naturaleza; se trata de la experiencia de la acción que revaloriza el proceso, la vivencia y el devenir como la misma esencia del ser. Es en ese hacer donde el individuo se configura como portador de una memoria en constante construcción y cuya representación cultural le permite desarrollar su imaginación y creatividad.
En segundo término, “A grove of trees from a point of view”, traducido literalmente como “Una arboleda desde un punto de vista” nos retrotrae formal y conceptualmente a la sensibilidad romántica que Millás reivindica y se rebela frente a los estragos del exceso del racionalismo ilustrado. Este sentimiento trágico contra los efectos de la civilización desencadena una nostalgia por el pasado ancestral donde la vida era más simple y se valoraba lo intuitivo, lo espontáneo y natural. Ante esta necesidad de vuelta al origen, el artista romántico se vuelca en la expresión exacerbada de su propio drama, y de la tragedia que observa, a través del paisaje y desde una postura empática y emocional.
Juan Millás hereda ese sentir romántico para elaborar su particular visión del bosque. Partiendo de la serie fotográfica concebida como ensayo visual, las imágenes de “A grove of trees from a point of view” se expanden adquiriendo el carácter y la forma de instalación inmersiva. En este proyecto expositivo, realizado para el Museo del Romanticismo de Madrid, las fotografías de los diferentes bosques se funden en una composición de opulencia sensorial: la frondosidad de la vegetación, las atmósferas brumosas, los contrastes entre luces y sombras, la sensualidad y transparencia de las telas que hacen de pantalla, todo ello configura una escenografía de desasosiego, expectante de la acción dramática. Un triunfo relativo del paisaje, ya que el artista lo relaciona con la cámara oscura (antecedente de la cámara fotográfica) para incluir la pieza de tecnología rudimentaria, elemento discordante y sublime, que rompe la aparente armonía de lo bello natural, de la equilibrada asociación entre los menhires y bosques, introduciendo un ente inmaterial, siempre observando e imposible de representar, que viene a abrir la grieta de la imaginación, que sea capaz de romper los límites de la percepción y adentrarse en visiones simbólicas y fantásticas, propias del inconsciente y los sueños.
“El Bosque en los ojos” es el último proyecto en el que Juan Millás se halla inmerso3 donde recrea un estado de observación ampliado entre lo natural y virtual, entre lo vivido y lo imaginado. Las fotografías pretenden rescatar una realidad que le es propia al artista, pero queda olvidada o, más bien, relegada al fondo de las posibilidades del orden autoritario de la vida urbana donde el tiempo está estrictamente regulado, los espacios limitados por hormigón y asfalto y el individuo es arrastrado por el ritmo sometido a la tiranía de la eficiencia. El parón en seco, la imposibilidad de salir y fotografiar el exterior y la necesidad de contacto con el bosque, apremia a Millás a llevarse la naturaleza a casa; tal como hace el prestidigitador, con una naturalidad artificiosa, consigue hacer visible en las imágenes su juego ilusionista de relaciones e interdependencias entre la vida familiar, recluida en el interior del refugio, con la otra vida libre y silvestre. A través del montaje superpone memorias, imaginando ofrecer otras formas menos violentas de existencia. El resultado, una suerte de fantasmagorías domésticas, escenas oníricas románticas o paisajes inconscientes surrealistas, altera los relatos iniciales acabando con la supuesta literalidad y la mímesis de la fotografía; “El bosque en los ojos”, fabrica un imaginario para la acción, persevera en la disonancia y desafía la pasividad de la imagen documental al ser una evidencia de la carencia.
La imágenes de “El bosque en los ojos” tienen la virtud de contener en un instante, en un golpe de vista, la memoria de un pasado interactuando con el presente para proyectarla hacia un futuro imaginado cuyas posibilidades de realización constituyen una utopía deseada. Pero el mundo idílico de la utopía no comprende la dualidad, le da miedo y la rechaza; lo utópico busca acuerdos que ordenen y proporcionen estabilidad, de tal modo que el viaje se detenga. Sin embargo, los seres humanos somos movimiento y devenir tanto como cuerpo y memoria; necesitamos la dualidad para conocer el mundo y reconocernos a nosotros mismos. A través del otro distinto y nuestro entorno desemejante percibimos, sentimos, comparamos, entendemos, exploramos, cuestionamos, en definitiva aprendemos y desarrollamos nuestra subjetividad. Quien entiende la razón y la poética de la dualidad, destierra los recelos y acepta su validez hasta convertir los contrarios en complementarios, en la paradoja consciente y necesaria.
La propuesta no es conseguir la utopía que oculte o esconda lo que no encaja en el ideal o cancele lo indecible, sino comprender la dualidad; el filósofo Foucault introduce el concepto de heterotopía4, como aquello que rompe las inercias de lo
convenido y lo conveniente. Por ello, el montaje es el recurso de la paradoja: al mismo tiempo que unifica, resquebraja la continuidad lineal y la lógica de las dimensiones; las imágenes hibridadas captan la atención del espectador porque basan su relato en la construcción ficticia y anacrónica de la historia. A través de estas confluencias discordantes el artista, además de proporcionar un escenario de extrañamiento y sorpresa que atrae al observador, conforma imágenes dialécticas o imágenes-grieta para la introducción de la heterotopía que genera dudas, cuestionamientos pero, sobre todo, posibilidades de conocimiento. Podríamos, incluso, denominarlas imágenes-síntoma porque sus mutaciones son la expresión de un malestar, suponen una disconformidad con el devenir del sistema que ha dejado de ser natural y ya no atiende a las relaciones orgánicas y emocionales.
“El bosque en los ojos” es la heterotopía capaz de abrir la mirada a esa otra forma de conectar, ofreciendo recorridos alternativos e invitando a descubrir caminos propios de la imaginación. La superposición de imágenes constituye un pliegue espacio-temporal para volver a relacionar lo que una vez estuvo unido y por extraños asuntos civilizatorios se ha desconectado. La vida de la ciudad, con su ritmo frenético, contaminación y exceso de hormigón está dislocando el devenir biológico, haciéndonos pensar que eso es lo normal. Sin embargo, deseamos que llegue el fin de semana para escapar al pueblo, la montaña o la playa y desconectar: ¡Qué forma tergiversada de entender cómo funciona nuestra fisiología! A la naturaleza se acude a conectar de nuevo con la tierra, con el agua y el aire limpio, con las plantas y los animales. Literalmente es necesario la toma de tierra, pisar descalzo sobre la hierba, el barro y la arena, para restablecer y equilibrar nuestros biorritmos al acompasarlos con los campos electromagnéticos de la tierra.
Y aquí es donde encontramos el fondo de la cuestión y la razón por la que nos sentimos tan atraídos por los paisajes reales o representados en el arte y las imágenes; necesitamos estar en contacto con otras formas de vida, ya sean humanas o del reino animal o vegetal. Del mismo modo que nos sentimos a gusto al hablar y compartir con otras personas, nos llena de calma y protección pasear por el campo, la playa o el bosque, nos produce mucha alegría la relación con nuestras mascotas o respirar el aire que desprende la vegetación.
Estudios realizados a nivel neurológico demuestran cómo el contacto con espacios naturales puede relacionarse con sensaciones subjetivas de bienestar, placer y felicidad. Se observan mejoras en personas que sufren trastornos psicológicos, estrés o ansiedad. En países como Australia o Nueva Zelanda se empiezan a utilizar lo que se ha llamado terapia o “receta verde”, que no es otra cosa que complementar los tratamientos clásicos con paseos en la naturaleza, cuyo efecto amplía el producido por el propio ejercicio ya que incide en las funciones fisiológicas del organismo mejorando el sistema inmunitario, el aparato locomotor, el sistema cardio-respiratorio o el sistema hormonal tanto como repercute en las funciones cognitivas. A nivel neurológico produce un impacto muy positivo en la memoria a corto plazo, ayuda a la concentración, la capacidad multitarea y la resolución de problemas por la facultad de potenciar la creatividad.
La inmersión en los espacios naturales puede contrarrestar los efectos nocivos provenientes del exceso de pantallas y tecnologías virtuales, porque restaura los circuitos agotados por el bombardeo de información a un ritmo imposible de procesar, devolviendo la salud emocional, ya que reduce los niveles de melancolía, regula el sueño, repercute en el buen humor y las sensaciones generales de bienestar.
Aunque el concepto es tan antiguo como la propia vida de la especie humana, el término biofilia es relativamente nuevo, ya que es acuñado por primera en 1964 por el psicoanalista y filósofo Erich Fromm (1900-1980) en su libro “El corazón del hombre”, quien define biofilia como el amor a la vida como algo intrínseco a la personalidad del ser humano, es decir, un sentimiento no racional. Sin embargo, es el biólogo Edward O. Wilson (1929-2021) quien amplia y explica el término en su libro del mismo título, “Biophilia”5, desde una posición ética y filosófica, tanto como desde la biología, la sociología o la etnografía. De un modo muy sencillo, Wilson define biofilia como «el impulso de asociación que sentimos hacia otras formas de vida».
Lo más interesante que nos aporta la noción de biofilia es cómo el tener vinculación con cualquier forma de vida, tiene una importante resonancia en nuestro propio proceso vital y emocional, nos hace partícipes del complejo entramado de vida que nos cobija al mismo tiempo que defiende nuestra integridad personal y subjetiva y nos confiere una identidad y un propósito (Kellert y Wilson, 1999).
Cuando dejamos que el bosque mire por nosotros, de alguna manera recuperamos nuestra verdadera naturaleza uniéndonos a otras formas de vida de un modo espiritual, apaciguando la racionalidad, que impera en nuestro sistema demasiado urbano, y así tratar de conseguir la convivencia de ambas formas de ser y estar en el mundo.
“El bosque en los ojos”, es el primer cuaderno fotográfico (Ed. Vivarium, 2024) de un conjunto de piezas que conforman la colección “Ahora, recuerda”, que irán publicándose por entregas. En ellos, encontramos imágenes que articulan sin competencia la intersección entre arte y vida, entre lo singular y lo universal, el yo íntimo y el otro. De un modo intuitivo y emocional, Millás aborda este proyecto con la intención de unir sin condicionantes a priori. Naturaleza y seres vivos se cruzan con su mirada poética procurando un viaje estético de conocimiento, pero sobre todo, la posibilidad de ver más allá de los límites de los percibido, aquello que pertenece al régimen de lo espiritual, la creación y la libertad.
«[…] Me gusta pensar las imágenes del álbum como un diminuto vivarium, con su follaje más o menos descompuesto, su musgo, sus cortezas de árbol, su turba y cómo no: su forma viva, su fantasma invisible, camuflado en el interior del pequeño receptáculo. […] Este cuaderno es, en definitiva, una melancolía propia, el anhelo de retener un tesoro, el culto al recuerdo»
Extracto del texto de “El bosque en los ojos”. Juan Millás1
NOTAS_________________________________________________
1.- Millás, Juan: El Bosque en los ojos, Ed. La Fábrica, Madrid, 2024.
2.- Estos proyectos pueden verse en: Juan Millás
3.- “El bosque en los ojos” ha participado en la exposición colectiva “Maravilla” junto a las artistas Marta Sánchez Marco,Toya Legido y Ana Scar Puisac, comisariada por Elena del Diego para el Centro de Arte y Naturaleza de Huesca (CDAN, 2023) y el Museo de Teruel (2023-2024). Participa en PHotoESPAÑA 2024, Sala Municipal de Exposiciones San Benito, Valladolid. Publicación del mismo título Editorial Ed. Vivarium, 2024.
4.- TARTÁS, Cristina y GURIDI, Rafael: “Cartografías de la memoria. Aby Warburg y el Atlas Mnemosyne”, artículo en EGA Revista de Expression Grafica Arquitectonica, 18(21) (2013), pp. 226- 235.
5.- O. WILSON, Edward: Biofilia, Madrid, Errata naturae editores, 2021.